Hace unas semanas recibí la llamada de un viejo amigo con el que hacía alrededor de un año no hablaba. Sucede que Victor –este amigo mío– había estado tan sumergido en su trabajo y las metas que se había trazado para este año que apenas había conseguido sacar tiempo para comunicarse. Mi reacción al conocer sobre esto fue, de cierta manera, alegrarme por él. Lo felicité por su compromiso y esmero con las cosas que quería lograr, pero, para sorpresa mía, él no lo sentía igual. La verdad era que estaba emocionalmente destruido.
A pesar de todos los buenos resultados y la mejora económica que había alcanzado, no le era suficiente para sentirse feliz. De hecho, estaba comenzando a entrar en un estado depresivo, pues, si ni siquiera sus logros le hacían alegrarse… ¿qué lo haría entonces?
Quise hacer este post porque, después de pasar poco más de una hora conversando y reflexionando aquel día con Victor, llegamos a algunas conclusiones. También establecimos entre los dos una serie de pautas que quiero compartir contigo. Sucede que esto le ha funcionado maravillosamente a él, al punto de recibir llamadas suyas cada dos días para contarme de lo bien que se está sintiendo. Pero, la cuestión es esta: cada uno de nosotros, en determinado momento, ha pasado por algo similar.
Todos alguna vez hemos experimentado ese sentimiento que surge de ver que nos estamos esforzando más que nadie, haciendo las cosas supuestamente bien y, a pesar de eso, nos sentimos vacíos. Trabajamos en lo que se supone que deberíamos trabajar, tenemos la relación que se supone que deberíamos tener, ganamos lo que se supone que deberíamos ganar y vivimos como se supone que deberíamos vivir, pero, sin embargo, no somos felices como se supone que deberíamos ser.
Casualmente, por aquellos días estaba leyendo un libro llamado Piensa como un monje de Jay Shetty. Tenía muy presente algunas ideas que promovía respecto a por qué nos cuesta tanto ser felices. Al parecer, todo tiene que ver con tus valores (sean cuales sean) y cuánto te estás rigiendo por ellos para hacer o decidir todo en tu vida. Y es que la mayoría está tan preocupada por recibir validación de los demás, que casi todos sus esfuerzos por mejorar (en el sentido que sea) tienen que ver más con encontrar esa aprobación, que con lo que ellos realmente quieren. Y así es como entran en una enorme contradicción con sus propios valores.
¿Por qué haces todo lo que haces? Esto fue lo primero que le pregunté a mi amigo. ¿Por qué has pasado un año esforzándote tanto si no te sientes bien con eso? ¿Por qué esa fijación con ganar cada vez más dinero? ¿Qué hay detrás de toda esa obsesión? «Bueno, es que no puedo defraudar a mi empresa». Comenzó diciéndome. «Han depositado toda su confianza en mí y debo demostrar que valgo. Quiero ser respetado. Además, este año nació mi segundo hijo, por lo tanto, tengo que llevar más dinero a casa. Quiero darles la infancia que yo no tuve. Quiero ser un buen ejemplo para ellos».
Muy bien –dije yo–, ¿hay algo que estés haciendo por ti? Porque, como yo lo veo, todo lo que me estás contando trata de cumplir con alguien o demostrar algo a alguien. ¿Te das cuenta de que todo el sacrificio que estás haciendo para mostrar tu capacidad en tu empresa o a quien sea, en realidad no tiene gran significado para ellos? De igual manera prescindirán de ti si fuera necesario. Y sobre tus hijos, ¿crees que a ellos les importe más el dinero que puedas ganar, que tu presencia en sus vidas?
Lo curioso es que, en el fondo, todos sabemos eso. Pero siempre es mayor el peso que tiene la sociedad y su modelo ideal de lo que debemos hacer o la manera en que debemos pensar y vivir, que el peso de lo que realmente queremos o creemos nosotros. Y no estoy diciendo que sea malo que la sociedad nos muestre una guía, pero si la acatamos al pie de la letra sin detenernos a reflexionar sobre si ese modelo que estamos siguiendo cumple con lo que realmente valoramos, nunca podremos dirigirnos hacia aquello que de verdad nos hará sentir bien. Podríamos incluso estar teniendo éxito y ser infelices de igual modo. Porque no estaríamos persiguiendo o haciendo lo que queremos, sino lo que se supone que deberíamos querer.
Entiende esto: todo el tiempo estamos siendo condicionados por las opiniones de los demás, por las expectativas que tienen sobre nosotros, y por las supuestas obligaciones con las que debemos cumplir. Es la sociedad empujándonos a seguir su modelo. Pero debemos tener la capacidad para filtrar todo ese ruido e ir al fondo de nosotros mismos para encontrar lo que deseamos en realidad. De lo contrario, todas nuestras acciones, decisiones, metas, sueños y esfuerzos para alcanzarlos estarán basados en algo o alguien más, en lugar de en nosotros mismos. Ahí está el motivo de no conseguir ser feliz.
Entonces, ¿qué terminó decidiendo Victor a raíz de nuestra plática? Pues decidió determinar qué cosas valoraba realmente en su vida y qué orden de prioridad tenían para él. A partir de ese momento comenzaría a basar sus acciones, decisiones y elecciones en esto. No voy a publicar la lista entera que me envió, pero era algo así: salud, familia, paz, honestidad, alegría, dinero…
La lista era más larga, pero con esto ya podemos apreciar cómo antes estaba descuidando un montón de cosas que en realidad le importaban más que el dinero. Y es que si no tienes claros tus valores, irás a la deriva por la vida sin saber muy bien lo que estás haciendo. Terminarás siendo arrastrado/a por las influencias externas y las distracciones. En cambio, cuando los conoces bien y te guías por ellos, estos funcionan como GPS. Te dirihen hacia las personas correctas, las decisiones que más te convienen y las acciones que mejor te harán sentir.
Así que, si quieres comenzar a sentir felicidad en tu vida, deja de perseguir cosas sin antes pararte a reflexionar al respecto. Necesitas ver si realmente lo haces por ti y si esas cosas están en consonancia con la persona que te gustaría ser y lo que quieres hacer en la vida. Sé consciente de las fuerzas externas que te condicionan y te distraen de tus verdaderos valores. Eso lo cambiará todo.
Por último, te sugiero tomar un momento cada noche para reflexionar sobre tu día. Pregúntate si aquello que hiciste y las decisiones que tomaste coinciden con el orden de prioridad de tus valores. Te aseguro que, una vez comiences a llevar a cabo estas pequeñas pautas, tu felicidad crecerá a una escala inimaginable.
PD: El secreto de la felicidad está en hacer pequeñas cosas todos los días que te hagan sentir feliz. Pequeños momentos de felicidad, crean días felices. Estos días felices, crean meses felices. Estos meses, crean años. Y estos años crean una vida entera de felicidad. Por lo tanto, pon tus prioridades en orden, ignora el ruido, y deja que tus valores te guíen en cada momento.
Excelente post
100% identificado con este post en este momento me pasa algo igual, alejado de mi familia en otro país buscando un bien economico, pero lo quiero es estar con ellos compartiendo el dia día, es que me he perdido de tantos cosas con ellos….
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